Diez años jurásicos

Los yacimientos han sido más promocionados para el turismo que para la ciencia durante el largo proceso

Está siendo una larga marcha. Comenzó hace diez años y todavía no se ve el final. Pero el valor de las icnitas es tal que invita a confiar en que, tarde o temprano, llegará el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad.

(noticia publicada en La Rioja, viernes 23 de febrero de 2007)

J.S./LOGROÑO

Tanto por su origen remoto, su espectacular desarrollo y su súbita desaparición, uno de los conjuntos de seres vivos más llamativos de la evolución lo constituyen los dinosaurios. Estos animales dominaron la Tierra durante un periodo de tiempo que va desde hace 230 millones de años hasta hace 65 millones, cuando se extinguieron.

Es el Mesozoico, un periodo nada sencillo de investigar. En la Península Ibérica, sin embargo, es posible hacerlo en su totalidad dado que contiene icnitas de toda esta era. «Eso, el grado de documentación sobre más de 200 afloramientos y 15.000 huellas que hemos alcanzado [en España] y la belleza estética de las mismas es lo que los convierte en los yacimientos más importantes del mundo», asegura el paleontólogo riojano Félix Pérez Lorente.

Las icnitas españolas están «en un lugar muy preciso, muy pequeñito, que es la Península Ibérica dentro del planeta», según su colega aragonés José Antonio Andrés. «Y plasman -añade- diferentes comportamientos, géneros y tipos en diferentes edades geológicas: el Triásico, el Jurásico y el Cretácico, los tres periodos del Mesozoico. En cambio en los yacimientos de China o Estados Unidos hay muchos tipos de huellas y sólo un tipo específico de dinosaurio en un lapsus de tiempo específico».

Si se une la veintena de yacimientos portugueses esparcidos desde Coimbra hasta El Algarve, el conjunto resulta impresionante. «La gran mayoría de rastros de dinosaurio en Portugal -explica la investigadora lisboeta Vanda Faria Dos Santos- se encuentra en terrenos de la Era Mesozoica Occidental, de edades comprendidas entre el Jurásico medio y el Cretácico superior, lo que representa un intervalo de tiempo del orden de los 80 millones de años».

Pero estas consideraciones científicas sólo parecen bastar a los propios científicos. Los políticos, por su parte, ven en los yacimientos de icnitas un reclamo turístico y se esfuerzan en rentabilizarlos por ese camino antes incluso de preservarlos. En La Rioja, por ejemplo, donde el número y el valor de las icnitas se considera muy superior al resto, no existe un plan de protección de yacimientos y llega a darse la situación paradójica de que no se descubren más huellas simplemente para que no se estropeen, porque están mejor protegidas por una capa da suelo que expuestas a los elementos.

Tampoco nadie se ha planteado abordar un proyecto paleontológico con una dimensión proporcional al patrimonio icnológico existente en la comunidad, con investigadores suficientes, formados y provistos de los medios técnica necesarios para desarrollar una labor seria tanto de campo como de laboratorio, y con un centro digno de esa tarea.

Por el contrario, sí existe un proyecto turístico actualmente en marcha (aunque con cuatro años de retraso sobre el primero que fue anunciado). Pero en ese terreno La Rioja ya está en desventaja frente a comunidades como Aragón, que tiene en Teruel el mayor complejo paleontológico de España. 'Dinópolis', abierto desde el 2001 con una inversión inicial de 30 millones de euros (el parque riojano costará 18), ronda los 200.000 visitantes anuales y el futuro 'Barranco Perdido' de Enciso, no sólo tendrá que soportar comparaciones, sino una franca competencia.

Los yacimientos riojanos se empezaron a valorar a mediados de los años setenta. Los últimos diez, empeñados en la carrera hacia la declaración de Patrimonio Universal, no han bastado, sin embargo, para sentar mejores bases. Mirando al futuro, para combinar intereses científicos y turísticos, la distinción de la Unesco no debería ser una meta en sí misma, sino un punto de partida a partir del cual se ponga en valor un bien universal único. San Millán, símbolo de la lengua, tuvo que esperar nueve años después de su reconocimiento universal para ver un proyecto lingüístico de gran calado como Cilengua. ¿Cuánto más deberán esperar los dinosaurios ahora que el tiempo pasa tan deprisa?

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